La exitosa carrera como jugador de hockey y capitán de los Chinooks de
Seattle de Mark Bressler llegó a su fin el día que tuvo el accidente que
destrozó la mitad de los huesos de su cuerpo. Y desde que salió del
hospital, los burócratas del equipo no han hecho más que mandarle
asistentes sanitarios a casa; claro que él consigue espantarlos a
velocidad de vértigo... Hasta que se topa con una realmente obstinada.La
carrera como actriz de Chelsea Ross se estrelló antes de despegar
—jamás pasó de ser la reina del grito en películas de serie B—, así que
abandona Hollywood para… acabar convertida en la asistente del más
malhumorado jugador de hockey del mundo. Si no necesitara tanto el
dinero, saldría de allí pitando. Chelsea puede tolerar el mal humor de
Mark y su actitud prepotente, pero no está preparada para resistirse a
la atracción que termina sintiendo por él. Por eso, cuando el famoso
chico malo del hockey pone los ojos en ella, sabe que el tiempo de
gracia ha terminado. ¿Será capaz de enfrentarse a todos los problemas
que surgirán si cede a la pasión que Mark despierta en ella?
Si no fuese por el RetoLector2015BLBC nunca me hubiese animado a leer un libro cuyo
protagonista fuese un deportista. No me resultan atractivos personajes que las
mas de las veces aparecen caracterizados simplemente como excesos de
testosterona con piernas. Pero el deber es el deber y le he dado una
oportunidad al subgénero y de paso he tenido una grata sorpresa. Eso sí,
reconozco haber hecho una pequeña
trampa… Y es que el protagonista de “Nada más que problemas” no es un
deportista, sino más bien un exdeportista, y claro está, el nivel de
testosterona es también más bajo.
Aunque “Nada más que problemas” forma parte de la
saga Chinooks, se puede leer aisladamente sin problema, pues la trama se centra
en los protagonistas y su relación y el club y la actividad deportiva pasan a
un segundo plano. Este enfoque es a mi
juicio uno de los grandes aciertos del libro, porque se da más peso a la
relación humana entre los protagonistas en un principio y de ella surgirá más
adelante la atracción física y ambas evolucionarán naturalmente hacia la
relación amorosa.
Tanto Chelsea como Mark son dos personajes bien
definidos que de haberse conocido en otro momento seguro no hubiesen llegado a
nada, pero que se ponen frente a frente en un momento crucial de sus vidas
y serán esas circunstancias las que den
un vuelco a su existencia. Chelsea es una mujer fuerte que tiene claro que
necesita un cambio y es lo suficientemente terca –o segura de sí misma- como
para centrarse en conseguir sus objetivos, lo que inexcusablemente pasa por
conservar a toda costa su nuevo empleo. Pero también es una persona generosa
que no se conforma con ser una asistente, sino que de una forma natural forzará
a su “jefe” a replantearse en muchos aspectos su vida.
Con la caracterización de Mark, Rachel Gibson da
una vuelta de tuerca a una de las reglas capitales del género romántico: el
protagonista debe ser un dechado de fuerza física y virilidad. Gibson nos presenta
un héroe doblemente vulnerable: en el plano físico, pues sufre las secuelas de
un accidente, lo que llega incluso a limitar su movilidad e independencia
personal; y en el plano emocional y vital, porque lo que definía a Mark –su condición de deportista
profesional- se ha acabado para siempre y no cuenta con apoyos emocionales para
superar la situación (su familia vive lejos y
arrastra la herida de un doloroso divorcio en el que su esposa lo dejó
por un hombre más viejo y más rico). Mark Bressler es un príncipe azul en su
momento vital más bajo al que Chelsea salvará de sus demonios.
El objetivo de Mark es
deshacerse de Chelsea lo antes posible. Para ello utilizará todos los recursos
a su alcance: el mal humor, la indiferencia o la provocación directa. La mayor
parte de la trama nos presenta los tiras
y aflojas entre los protagonistas, en un crescendo muy bien medido de tensión
sexual no resuelta. Estas escenas son las grandes bazas de la historia, porque
a la hora de plantear las escenas eróticas, la novela pierde a mi juicio
bastante fuelle, haciéndolas perfectamente olvidables. El gran pero es -una vez
más - un final precipitado en el que mágicamente se solucionan los problemas.
Valoración: Tres rosas.