Edward Rawlings no quiere ejercer de conde y asumir todas las obligaciones que el título comporta. La única manera de evitarlo es encontrando a su sobrino Jeremy, que vive en Escocia con su tía materna Pegeen desde que quedó huérfano. Ella no quiere que Jeremy crezca rodeado de riqueza y sin amor, pero es consciente de que Edward le ofrecerá muchas más cosas de las que ella podrá permitirse jamás, por lo que deciden irse ir a vivir con él. Lord Rawlings está acostumbrado a conseguir cualquier mujer y enloquece con los profundos ojos verdes y la sensualidad de Pegeen. Pero ella lo aborrece, a él y a su clase.
No obstante, cuando llegan a la mansión el riesgo se hace evidente. Pegeen puede resistirse al dinero, al poder y a la posición social de Edward, pero un beso suyo y estará perdida...
Me decidí a leer esta novela atraída por unos personajes que se resistían a encajar en los trajes que el género romántico suele confeccionar. Un duque que no quiere ser duque, o más bien, tener que asumir las obligaciones que el título comporta. Una protagonista femenina con unos fuertes valores basados en la austeridad como forma de vida y el deber y la rectitud como guías morales. La confrontación entre dos personajes tan distintos auguraba una gran historia, de esas que pueden incluso tocar la fibra más sensible.
Sin embargo, la novedad no pasa del planteamiento. La trama discurre sin sobresaltos, dispuesta a transitar por lugares comunes. Los personajes principales, a priori tan interesantes, evolucionan de una manera bastante plana y previsible, por lo que me ha costado conectar con sus deseos, sus pensamientos y sus actos. La autora recurre en algún momento incluso al cliché (¡ay, esos malos malosos!).
Me ha desilusionado que una novela bien escrita, no pase de ser una más. Con unos personajes que no han logrado atraparme, ni conmoverme. Con una trama que no me ha enganchado, porque tenía la impresión de haberla leído mil veces. Una historia que, desgraciadamente, olvidaré pronto.
Por cierto, el jardín de rosas silvestres del título es en realidad un invernadero en el que se cultivan las más exquisitas variedades de esta flor. Ocasión que aprovecho para recordar a las editoriales que hay traducciones, que más que traiciones, son puñaladas en el corazón... y agujeros en su bolsillo. El respeto al lector - y eso incluye ofrecerle productos de calidad - es la mejor manera de ganar clientes.
En resumen, una novela correcta, perfecta para disfrutar un agradable rato de lectura, pero sin más pretensiones.
Valoración: Tres rosas.
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